
Como la gran mayoría de los argentinos, en estos días estoy siguiendo minuto a minuto las noticias sobre el caso del asesinato de Fernando Báez Sosa a manos de aquellos que popularmente han quedado etiquetados como «los rugbiers».
A medida que voy consumiendo estas noticias con el nuevo contenido que sigue apareciendo (nuevos videos, nuevos chats de whatsapp, nuevos audios) y que los incrimina cada vez más a los imputados, lo que más me asombra ver es la actitud de estos chicos (no tan chicos) y de su entorno. Y es esto también lo que me lleva a la siguiente conclusión: lo que más está indignando hoy a nuestro país, a nuestra sociedad, es justamente esa actitud.

Esa actitud de querer salvar el pellejo a toda costa y a cualquier precio. Esa actitud de que ninguno de estos diez (u once) niños y sus familias, haya sido capaz hasta el momento de empatizar ni un poco con la familia de Fernando Baez Sosa. De que ninguno haya tomado la más mínima conciencia -ni aparentemente tenga intención de tomarla- de que han quitado una vida totalmente inocente, de este mundo. Y que la han quitado de la manera más cobarde: diez contra uno y sin previo aviso.
De todo este contenido que es de público conocimiento, se ve desde el primer momento en que cometen el delito, que queda manifiesta su apatía total por lo sucedido excepto para felicitarse por ser supuestamente «los matones», «los machos». Queda manifiesto su desinterés por las consecuencias de sus actos y su segurísima esperanza de zafar de cualquier responsabilidad, como se ve que estaban acostumbrados a zafar en su ciudad, Zárate. Esta actitud duele, indigna, causa asco y repugnancia en todos nosotros. Y lo peor de todo, causa unas inmensas ansias de venganza.
Sí, la sociedad emocinalmente quiere venganza. No jodamos. Seamos honestos con nosotros mismos. No queda bien decirlo porque no es políticamente correcto hacerlo, no es civilizado querer venganza. Pero es humano. Ese sentimiento está ahí, latente, presente y constante en cada uno de nosotros, y sabemos muy bien que está. Si prestamos atención, lo identificamos dentro nuestro mientras vemos las noticias. Nos gustaría que de una buena vez sean condenados a cadena perpetua y enviados a una cárcel común para que vean ahí sí, la verdadera justicia por haber hecho lo que hicieron.

Los presos que los están esperando con cuchillo y tenedor, pasaron a ser la esperanza y los futuros héroes de nuestra sociedad para que se haga justicia al fin. Queremos ver cómo se hace justicia de verdad. Nadie lo va a admitir, pero eso es lo que en el fondo de nuestra alma sentimos muchos de nosotros.
Sin embargo, lo que no podemos ver detrás de tanta funcionalidad, es que estos chicos, al igual que Sean Penn en la película Dead Man Walking (Hombre Muerto Caminando), son niños, niños muertos de miedo, que aún no tienen ni un poco de conciencia de lo que hicieron ni de lo que están viviendo, al punto de que -estoy seguro- deben creer (porque sus padres y su abogado les deben de estar haciendo creer) que van a salir caminando libres como siempre lo hicieron en Zárate.
Tienen todas sus esperanzas puestas en que Papá y Mamá «se ocupen» de la situación, los pongan en libertad (sea como sea, pagando el precio que sea y pagándole a quien sea) y ahí sí, esta vez sí, se van a portar bien y a ser ciudadanos ejemplares. Estudiar una carrera, un buen trabajo, casarse algún día, tener una familia, y por qué no, con el tiempo, volver a ser aceptados en la sociedad, que seguramente olvidará lo sucedido. Olvidará el accidente. Porque ellos están convencidos que fue un accidente. Como dijo uno de ellos horas después del hecho: «La vida nos jugó una mala pasada». Aunque parezca increíble, así pareciera que piensan ellos.

Lo que no se dan cuenta, es que el momento es AHORA. Es ahora el momento de portarse bien y ser ciudadanos ejemplares. Es ahora el momento de juntar coraje, hacerse cargo de sus acciones, pedir perdón por lo que hicieron y aceptar su condena dignamente, dure lo que tenga que durar la pena. Es ahora el momento de convertirse en hombres y dejar de ser niños consentidos de clase alta. Y para esto también es fundamental que los padres de estos chicos les suelten la mano para dejarlos madurar enfrentando cada uno de ellos los golpes que la vida les estáempwzando a dar.
Sin embargo es lógico que estos chicos sean como son, viendo la actitud de los padres de querer liberar cuanto antes a sus hijos de su responsabilidad, dispuestos a pagar cualquier precio, simplemente «porque son sus hijos» y eso lo justifica todo. Porque es evidente que estos padres también son niños. Niños que en este momento sufren porque la sociedad está atacando sus tesoros más preciados: sus hijos.
Sin importarles a ellos tampoco que sus hijos son homicidas. «Mi hijo mató? No importa, es mi hijo, y como lo amo, voy a buscar sacarlo de la cárcel como sea, así no sufre tanto y no sufro tanto yo como padre«. Un totalmente errado concepto de amor: si de verdad amás a tu hijo, dejalo sufrir las consecuencias de sus actos, dejalo que se haga hombre de verdad, que se haga responsable de su vida y sufrí con él. Eso es amor. Lo otro, es ego, apego a tu hijo, posesión. Por eso, al final, como de tal palo, tal astilla, es muy difícil que cambien de actitud.
Pero, pase o no pase esto, salgan libres o no, lo que no ven estos chicos (y sus padres), estos «rugbiers», es que con esta actitud que están tomando y que reafirman día a día, mueren cada vez un poco más. Estos chicos y sus padres están muriendo en vida. Una persona que no tiene un mínimo de coraje, un mínimo de honor para hacerse cargo, para hacerse responsable de las consecuencias de sus actos, -cuando esos actos llevaron a quitarle la vida a alguien totalmente inocente e indefenso del modo en que ellos lo hicieron-, esa persona simplemente es un muerto en vida. Para la sociedad ya están muertos.

Y lo que tampoco ven, es que es justamente esa patética falta de dignidad, falta de entereza y coraje lo que los inhumaniza, lo que les quita la vida poco a poco. Y es esto lo que están obteniendo de la sociedad día a día. La sociedad, los argentinos, nosotros que estamos viendo las noticias minuto a minuto, al reaccionar ante estas actitudes de cobardía y pasar a odiar a estos chicos, no estamos cumpliendo más que nuestra función de espejos. Espejos que reflejamos y les devolvemos simplemente lo que ellos dan: frialdad, apatía y sed de venganza.
De verdad tienen miedo de que les pase algo en la cárcel?, de verdad sienten que la sociedad y los medios ya los juzgaron?. Bueno, hacen bien en tener miedo, mucho miedo de que les pase algo en la cárcel. Porque tan aberrante fue lo que hicieron y tan aberrante es su actitud, que hasta los presos quieren matarlos. Háganse cargo.
Y hacen bien también en sentir que la sociedad y los medios ya los juzgaron, porque sí, lo hicimos, y los seguimos juzgando a cada minuto y lo vamos a seguir haciendo en tanto y en cuanto sigan apareciendo pruebas indignantes y estos chicos sigan mostrando su cara más cobarde, su cara más inhumana y apática.
Lo vamos a seguir haciendo mientras estos chicos solamente sigan pensando en sí mismos, en salvar el pellejo. Mientras ninguno de ellos pida perdón de corazón a la familia de Fernando Báez Sosa y perdón a la sociedad. Hasta tanto pase algo de eso, los vamos a seguir juzgando y deseando que se pudran en la cárcel. Porque eso es lo que están sembrando.
Es por esto que estos chicos hoy, están muertos en vida, porque como en aquella película Dead Man Walking, no es hasta que el protagonista toma realmente conciencia de sus actos que uno empieza a tener un mínimo de empatía con él. Es cuando se quiebra definitivamente y logra humanizarse y decir «Qué horror, qué hice??» que uno empieza a identificar un poco de humanidad en él. Cuando totalmente devastado por la carga de la culpa, minutos antes de morir por la inyección letal, le pide perdón llorando desconsoladamente a los padres de la niña violada y asesinada por sus manos. Es sólo en este momento que el protagonista, paradójicamente vuelve a la vida. Minutos antes de perderla físicamente. Hasta ese entonces, el protagonista estaba muerto en vida.
Lo mismo sucede con estos rugbiers, están muertos en vida y condenados por la sociedad, por una sociedad que está dolida, lastimada, herida y sedienta de justicia y venganza. Están muertos en vida hasta tanto no puedan quebrar su propia coraza, dejar de lado su cobardía, hacerse cargo de sus actos y sus consecuencias y pedir perdón de corazón, para así poder expiar su falta. Hasta tanto no haya señales de esto, seguirán muertos en vida, seguirán siendo unos «rugbiers muertos caminando», para la sociedad, pero peor aún, para ellos mismos.
Que Dios los perdone, porque nosotros no los perdonamos.
Federico Medina
Life & Wellness Coach
Si te gustó este artículo y te interesa este tipo de contenido sobre liderazgo y desarrollo personal, superación y cómo mejorar la vida en general, a través de mejorar aspectos como la salud y el desarrollo físico, las relaciones interpersonales y la abundancia y prosperidad individual, te invito a que te suscribas al blog dejando tu mail en el siguiente formulario. Muchas gracias!