El Gran Procrastinador

 

Sí, eso era yo y lo fui durante mucho tiempo: Un Gran Procrastinador. Ese aspecto mío dominó buena parte de mi vida. Mucho más tiempo de lo que hubiera deseado. Simplemente, en ese momento no tenía plena conciencia de que eso era así y mucho menos de sus implicancias.

Sin embargo no sólo yo soy en parte así. No. Todos llevamos un Gran Procrastinador dentro que siempre está presente y siempre está listo para tentarnos y hacer de las suyas. Paradójicamente, este Gran Procrastinador no procrastina, no descansa. Trabaja incansablemente 24/7/365. Y en mi caso, durante un tiempo largo, lo dejé influenciarme una buena parte de mis días….

Así en aquella época, a todo le buscaba una salida fácil, una solución rápida, sin esfuerzo en la medida de lo posible, que en lo inmediato no cueste y de paso genere placer. Lamentablemente eso me llevó a una zona muy oscura de mi alma que inevitablemente se reflejaba en mi vida exterior. Se vieron afectados distintos ámbitos de mi vida como mi matrimonio, mi salud y estado físico, mi carrera, mi profesión, mi economía y luego de mi divorcio, viviendo solo, el estado de mi casa, de mi auto y muchas otras cosas.

Hay una conclusión a la que llegué luego del mucho dolor que todo esto me causó: la ley del Procrastinador del menor esfuerzo y menor resistencia, puede ayudar en algunos momentos, pero de seguro, no te hace desarrollar tu mejor versión personal ni saca tu mejor carácter. Llevado al extremo, me animo a decir que es todo lo contrario.

En aquellos tiempos, sin darme cuenta, mi Gran Procrastinador me llevaba a vivir en el lugar de víctima: «mi carrera no me gusta, por eso no me va bien»; «no me siento enamorado, por eso no tengo un buen matrimonio»; «no me dedico a lo que amo, por eso no soy rico«; etcétera etcétera, etcétera. Excusas y más excusas. Era una víctima que no me responsabilizaba por la realidad que yo mismo creaba.

Renegué durante mucho tiempo de la educación y formación que me habían dado mis padres, mi sociedad y mi colegio; como si ellos me debieran algo por el sólo hecho de yo existir. Y la culpa de yo encontrarme como me encontraba, de mi infeliz matrimonio y del vacío que sentía en mi vida en general, era de ellos, de todos, menos mía. Triste. Patético.

Sin embargo de la oscuridad surgió la luz, porque al renegar tanto, critiqué, y al criticar, cuestioné. Cuestioné todo, toda mi vida. Todo lo que había formado hasta ese momento: mi carrera, mi profesión, mis hobbies, mi familia, a mis padres, hasta mi matrimonio. Y todo lo fui destruyendo, poco a poco para rehacerme. Pues, al menos destruyendo, yo era el autor, el protagonista. Yo era el responsable. Empezaba a vivir mi vida y no la vida de otros.

Pero en el proceso de rehacerme, no podía por entonces ver a conciencia las cosas muy buenas que me habían sido dadas, principalmente, mi formación y mi educación, mis principios, entre otras cosas. Pasé de un extremo al otro. Y de seguro, tampoco podía ver los obstáculos y los golpes que iban a venir a mi vida con una gran dosis de dolor.

Pasé de tener una vida armada por los demás y para los demás, de acuerdo a como debían ser las cosas (conforme a mi educación y formación), a vivir una vida de caos casi absoluto donde mi única pauta era «si lo siento lo hago, si no lo siento, no lo hago». Pasé de vivir una vida exteriormente disciplinada y armada socialmente a medida, casado, con mi casa, mi auto, mis hijos y mi empleo de 8 horas, a vivir una vida salvaje, con muy poca disciplina, apenas la necesaria para sobrevivir económicamente y cuidar a mis dos hijos.

Esto me llevó a relaciones rotas, quiebra económica, dolor, tristeza, alegrías, placer y más dolor y más tristeza. Fue así, una búsqueda constante de mi persona, un sube y baja durante años consecuencia de esa actitud procrastinadora. Hasta que, cansado de tanto dolor y hastío, decidí pedir ayuda profesional.

Asistí durante tres años a un psicólogo que me ayudó mucho, al mismo tiempo que comencé a cursar la carrera de Coaching Ontológico. Ambas cosas me sirvieron. Sin embargo, fue un proceso largo hasta tomar conciencia de lo importante que fueron y son ciertos principios en la vida. En mi vida.

Principios universales que, paradójicamente, conozco desde que soy chico, principios de mi educación y formación original que tanto había renegado. Por eso es que hoy me considero muy, pero muy afortunado. El problema es que, como el hijo pródigo, por aquel entonces no era consciente del valor de dichos principios, de dicha riqueza que ya tenía en mi vida. Hasta que no perdí casi todo, hasta que no perdí esos principios y esa riqueza, y hasta que no me perdí yo mismo, no tuve real conciencia.

Tuve que perderme en mi Noche Oscura del Alma, tuve que llorar muchas, muchas noches, tuve que vivir el dolor de la pobreza, la desesperación de no llegar a fin de mes durante un largo tiempo, estar endeudado, quebrado, con vergüenza, en la suciedad, la mentira y la humillación para poder ver lo que había perdido, y de ese modo, juntar mis pedazos poco a poco para poder salir de eso. Y así lo fui haciendo.

Varias cosas me ayudaron y me sirvieron para poder salir adelante: mis hijos en primer lugar ya que siempre fueron mi motor para nunca bajar los brazos, mi psicólogo, por supuesto, también el coaching y mis padres, mi familia, quienes siempre estuvieron presentes y dispuestos a ayudar.

Pero lo que más me ayudó de todo, lo que más incidencia tuvo en mi renacer, fue el desarrollo físico, el entrenamiento, el deporte y la sana alimentación. Es decir, mi gran pasión y propósito en esta vida. Es el deporte y el desarrollo físico, ese lugar donde me siento pleno, feliz y seguro, donde fluyo naturalmente, donde me siento en mi zona. Esto fue, es y será así toda mi vida.

 

Así, a partir del 1 de enero del año 2015, quebrado económicamente, solo, y sin saber muy bien por qué, me comprometí a lograr mi mejor versión física y de salud. Comencé de a poco, pero cada día, a cambiar mi cuerpo, mi estado físico, mi alimentación. Fue entonces que -también muy de a poco- comencé a ver la importancia que tienen ciertos principios como la constancia, la disciplina, la persistencia, la resiliencia, la paciencia, la fortaleza y la intención para poder lograr cosas.

El poder afianzar estos principios y virtudes en el ámbito del desarrollo físico, me fue permitiendo traspolar y aplicar esos mismos principios universales a otros ámbitos como el profesional, el económico, el de las relaciones, en mi casa, en la sociedad, etcétera. Y me fui dando cuenta que nunca fui más feliz en la vida que en aquellos momentos en que logré cosas aplicando justamente, esos principios.

Las situaciones en mi vida en las que he sido (y soy) más feliz, por lejos, son aquellas en las cuales establezco una meta, un plan, una estrategia y acciono con disciplina, pasión y constancia para buscar esa meta. Independientemente de si la logro o no la logro. En ese desafío, en ese camino de perseguir esa meta, encuentro mis mayores momentos de felicidad.

Así lo he hecho en los mayores logros de mi vida: por ejemplo, cada vez que me decidía a estudiar seriamente en el colegio, estudiaba con intención y ganas y mis notas pasaban a ser excelentes; o cuando tomé la firme decisión de llegar a jugar rugby en la primera división de mi club, utilicé estos principios y logré jugar varios años en la Primera División, llegando a jugar un año en el exterior.

El acondicionamiento físico y el cuidado de la salud física, debería ser el primer aspecto de nuestra vida que deberíamos atender, ya que sin salud no hay nada. Sin salud, no hay vida posible. Se puede tener toda la riqueza del mundo, pero si no hay salud, prácticamente no se podrá disfrutar de esa riqueza. Por el contrario, toda esa riqueza se irá en tratamientos médicos y medicación. La salud es la base de una vida abundante. 

Otros momentos en los cuales logré superar la procrastinación, fueron, cuando me comprometí a recibirme de abogado en la universidad, a través de los muchos aplazos que tuve, aprendí a estudiar y me recibí; también cuando tomé la firme decisión de mejorar la relación con mis padres que se encontraba deteriorada de mi parte; o cuando decidí divorciarme de un matrimonio que hacía mucho tiempo no funcionaba; y sobre todo cuando tomé la elección de cambiar mi cuerpo y mi salud. Entre otras cosas.

En todos estos casos, y otros más, el Gran Procrastinador que llevo dentro, fue mayormente dejado de lado. Eso sí, siempre estuvo presente, pero fui aprendiendo a acallarlo cada vez más.

Pero lo más importante de todo, es que hoy soy plenamente consciente de su existencia en mí y de que siempre va a estar presente. Y siempre va a estar presente por una simple razón: El Gran Procrastinador es nuestro mejor maestro para aprender a vivir. Porque es quien nos enfrenta permanentemente para que dejemos de ser la versión más mediocre de nosotros mismos. Y de ese modo, nos da la posibilidad de desafiarlo y forjar así nuestro carácter buscando nuestra mejor versión. Mejorar y evolucionar.

Si en cambio lo dejamos entrar en nuestra vida, a sus anchas, los golpes serán cada vez más y más duros. Pero eso sí, aprenderemos, a la corta o a la larga. En esta vida o en otra.

Es por esto que hoy busco ser cada día más libre a través de mi autodisciplina. Si, porque como dice Jocko Willings, «La disciplina equivale a libertad». Sólo que ahora, a diferencia de mis antiguos logros en los cuales no tenía una conciencia tan clara y un autoconocimiento como el que tengo hoy, soy plenamente consciente de todo esto.

Y hoy que lo veo con tanta claridad, busco cada día mejorar un poco, superarme en mis distintos ámbitos, acallando cada vez más a ese Gran Procrastinador que llevo dentro, para no volver nunca más a lugares y situaciones que me han dado un tremendo aprendizaje pero al mismo tiempo, mucho dolor.

Como dijo alguna vez algún sabio, es preferible el dolor de la disciplina al dolor del arrepentimiento.

Federico Medina
Fitness & Wellness Coach

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