A Imagen y Semejanza

Estos días estuve pensando en el tema de la imagen. En realidad, la auto imagen y su importancia. En el caso de los hombres, la imagen siempre ha sido un tema medio tabú, ya que hace algunas décadas, si uno se preocupaba demasiado por su imagen, se lo tildaba de “maricón”, «afeminado» y otro tipo de expresiones que hacían referencia a la homosexualidad -como si ésta fuera la peor desgracia-, dando por sentado que esto era el mayor insulto que se podía recibir. Por suerte, hoy en día para los hombres, la cosa ya no es tan así y en este sentido se han roto muchas barreras y tabúes. Hoy los hombres cuidan más su imagen que antes, independientemente de su inclinación sexual. 

Por otro lado, también estaba (y creo que hoy en día sigue estando presente) la identificación entre auto imagen y belleza, y superficialidad. Como ya lo expliqué en otro artículo, esto es completamente infundado y parte de la división de la persona entre material y espiritual, como si esto fuera posible. Sin embargo, este tipo de interpretación de la realidad (y de las personas), está completamente desactualizado, ya que la propia ciencia a través de la física cuántica, se ha encargado de demostrar que mismo la materia, es energía pura en movimiento. Es decir que la materia es energía que simplemente se materializa al moverse a determinada velocidad o vibración. 

Esa energía, que si se descompone hasta sus partículas subatómicas, termina siendo invisible e imperceptible, es lo que termina (o comienza) en el espíritu o alma. Sin embargo, nadie en este planeta sabe aún dónde termina la inmaterial (el alma o espíritu) y donde comienza lo material (el cuerpo). Es por esto que calificar de superficial la propia imagen o la preocupación por la belleza, es totalmente desacertado. 

La realidad es que la imagen propia que vemos como exterior, no es más que una expresión o manifestación de esa energía, de ese espíritu que somos. Manifestamos externamente, lo que somos interiormente. Manifestamos en nuestro cuerpo material, lo que somos a nivel espiritual, lo que pensamos y lo que creemos. Nuestros pensamientos y creencias, manifiestan (crean) nuestros cuerpos, nuestra imagen. 

La belleza profunda de una mirada, de una sonrisa, se puede captar muy fácil y de manera muy evidente, cuando eso nace del alma. Lo mismo pasa con la tristeza, la ira, la envidia… Todos aspectos que también son muy evidentes de identificar cuando se adueñan de una persona, incluso aunque esa persona quiera maquillarlos. 

El punto es que el cuidado de la imagen personal, de la propia belleza y del estilo propio, es un aspecto fundamental de la persona que demuestra amor propio. Mostrarse dejado, mal cuidado, sucio o desordenado, no es más que un reflejo de cómo somos interiormente. Y la imagen personal, es la carta de presentación que tenemos ante el mundo; y cómo nos presentamos ante nosotros mismos y ante el mundo, es lo que va a determinar lo que atraemos. Porque como bien se sabe, atraemos aquello que somos, no aquello que decimos ser o que queremos ser. 

Y por último, tampoco hay que confundir el cuidado de la propia imagen, belleza y estilo, con vanidad. A diferencia del amor propio, la vanidad se caracteriza por ser vacía, hueca, falta de consistencia; a partir de la cual surge la constante necesidad de ser aceptado y apreciado por el otro. Es justamente lo contrario al sano cuidado de la imagen, pues aquella parte de un claro sentido de carencia, mientras el amor propio se caracteriza por la abundancia de amor, justamente.

Por eso, el cuidado de la imagen personal, la propia belleza y del estilo o clase propias, cuando parte del amor hacia uno mismo, es una de las cosas más importantes que una persona puede desarrollar para poder mejorar como persona para sí mismo y para los demás. 

Federico Medina
Life & Wellness Coach

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